REVÉS DEL REINO

Revés del Reino

Él estaba paseando por la costa del mar, buscando algo de paz e intentando ahogar allí todo el dolor que sentía, perder al fin todas las lágrimas que lo estaban secando. Las olas dibujaban las ondas de sus cabellos, los de ella, y el mar lucía tan azul como sus ojos. ¡Siempre recordándola! ¡siempre volviendo atrás! De pronto oía las olas chocar violentamente contra las rocas, y ese ir y venir que le aturdía la cabeza, y las gaviotas que gritaban tan fuerte como ella debió haber gritado, y sentía el olor a pez, a pez muerto, a pescado podrido, que le producía náuseas, y a lo lejos un barco oxidado, con hombres repugnantes de mentes retorcidas, de pensamientos sucios y desprolijos, hombres que se divierten jugando a los cazadores, torturadores, devoradores, diabólicos -¡hijo de puta!- gritó cargado de ira. Fuego, lava, humo, agua, mar, mar, mar.

A los veinte años ella se fue, pasados veinte años (quizás menos ¡injusta justicia!) ese engendro vagará libre otra vez por las calles y buscará otras víctimas -¡maldito enfermo!- susurró frustrado, apretando los dientes y conteniendo las ganas de destrozar todo. Los puños apretados, el ceño fruncido, la respiración cortada. Tsunami, huracán, pororoca.

Veinte años para el monstruo que ese día...

¿Quién lo hubiera imaginado? Ella salió de su clase tarde, caminó como siempre despreocupada por aquel barrio que había recorrido miles de veces. Algunos faros naranjas separados a larga distancia iluminaban la calle, sin embargo unos árboles frondosos le quitaban luz a la vereda. Era una zona en crecimiento y había muchas casas en construcción, nadie podía intuir que ese día algo monstruoso se escondía entre las grietas de las veredas, entre la opacidad, en los rincones de esas casas gélidas con olor a cemento. Caminó tres cuadras y a la mitad de la tercera él la esperaba, deseoso de sangre, con los colmillos y las garras afiladas.

Ella era la segunda de lo que sería una seguidilla de horribles ataques. El primer caso no había sido suficiente, tenía que ser una muchacha de “clase bien” para circular en todos los putos canales de noticias y diez muertes más para que fuera considerado algo malo y ese monstruo no tuviera libertad condicional o sólo unos pocos años de prisión.

¡Bienvenidos al reino del revés!

Y de repente se apareció debajo de la suela de sus zapatos, besando sus talones y subió como una serpiente por su cuerpo, la golpeó contra una pared y la muerte la cubrió con su túnica. ¡No! ¡sí! ¡ay! ¡sí! ¡ayuda! ¡callate! ¡basta! ¡basta! ¡basta por favor!

De pronto ella tenía encima un ser pálido, flaco, desaliñado, con manos inmensas y diez dedos finos e interminables, que se colaban por todas partes como gusanos. Entraban, salían, rompían, carcomían. No podía escapar. Sus extremidades, todas, en su penumbra, el corazón acelerado, las lágrimas, el temblor, el miedo -¡auxilio por favor!- gritos, sangre, heridas, filo, frío, gemidos, fotografías blancas, arañas, un cuervo, dos cuervos, miles de cuervos ¡basta!

¿Quién podría imaginarse que tenía el número dos tatuado en su piel? ¿Con qué excusa? ¿Con qué razón? ¿Porque nació de una costilla podían tomar de ella lo que quisieran? La había arrastrado al patio de una casa en construcción. Arriba las estrellas ya no brillaban, de a poco iban apagándose. Oía ruidos insoportables en su cabeza ronroneos de autos viejos y descompuestos, bocinas, uñas sobre un pizarrón, sentía olor a sudor de años, la boca le sabía a óxido, debajo de su espalda había vidrios rotos y brazas encendidas. Y de pronto un río amargo y helado la llevaba lejos, la alejaba ¡oh Dios! el agua la arrastraba a un mar eterno y desconocido. No dejaba más que libros resumidos, deseos no cumplidos, personas azules y la lucha de algún juicio divino teñido de rojo por siempre.

“Violación y asesinato: Esta madrugada fue hallado por un grupo de albañiles el cuerpo de Magdalena Ruiz en una casa en construcción. La joven estaba semidesnuda, tenía cortes en diferentes zonas del cuerpo y marcas en el cuello por lo que se deduce que murió asfixiada”, "Indignación en las redes sociales tras la muerte de Magdalena Ruiz”, “Familiares y amigos de Magdalena reclaman justicia”, “Encuentran al asesino de Magdalena Ruiz”, “20 años de prisión para el asesino de Magdalena Ruiz”.

Miraba el azul del mar, tan azul como sus ojos, los de ella, esos que él había observado miles de veces sin sospechar que alguien más buscaba quitarles el color y el brillo. De pronto el viento lo empujaba hacia atrás con brutalidad, el frío comenzaba a helarle los huesos, las ondas en el agua dibujaban rayas que invadían toda su visual, le rayaban el alma y todo su ser hasta dejarlo a oscuras, y el mar lo invitaba a sumergirse, lo llamaba dulcemente con su voz, la de ella, que ya era toda una sirena.

– Solo veinte años.

Veinte años para la bestia que se llevó a Magdalena. Y también a Jésica y Aurora. Las cosas pasan, no siempre se resuelven bien algunos casos y basta con que un dedo empuje el primer dominó para que las piezas caigan una por una interminablemente.

En el circo los payasos tenían el martillo.

- ¡Las leyes son absurdas! ¡se las declaran culpables!- gritaban y corrían en círculos dándose golpes en la cabeza, mientras el público lloraba con total indignación.

 - Entonces tal vez la culpa es del domador ¡el debía controlar al león! ¡él debía! ¡se lo declara culpable!- en ese instante un niño le preguntaba a su madre cómo el león había escapado de su jaula y atacado a los humanos si había sido domesticado antes, o eso le habían dicho.

- ¡No! ¡el culpable es el presentador! ¡este show es invento suyo y solo él tiene el poder de modificarlo! ¡se lo declara culpable!- gritaba un payaso empujando a otro del estrado y haciéndolo caer de cabeza al suelo. El público reía alocadamente. Aprovechando la confusión, el hombre de buena presencia y bigotes perfectamente cortados, el presentador, miraba a los narices rojas y se pasaba el dedo índice por el cuello. El payaso triste lloraba de miedo. Inmediatamente aparecía un mago y, mediante un polvo mágico, borraba de las mentes de la audiencia las acusaciones anteriores.

- No se preocupen amigos, el show sigue. Vamos a condenar al monstruo atroz por haber comido a ¿cuántas víctimas?

- ¡Cuatro su señoría!- gritaban a coro los trapecistas.

- Cuatro personas- proseguía otro quitándole al último el martillo y golpeándolo en la cabeza.- ¡Se declara al acusado culpable de este acto, y vamos a dar la condena máxima de veinte años!- las personas gritaban sorprendidas, algunos se abrazaban, otros aplaudían y se secaban sus lágrimas con pañuelos a lunares, mientras pequeños monos invisibles tomaban sus billeteras.

- Pero... ¿y se hizo justicia mami?- preguntaba una niña tirando del vestido de su madre.

¡Sí! gritaban los payasos, ¡sí! exclamaban los trapecistas, los magos, los monos, el presentador y, finalmente, ¡sí! rugía el león. "Un circo absurdo", pensaba la niña observando la escena.

Y las piezas del dominó volvieron a caer.

Esa noche (diez años y dos meses después) Aurora tenía un ser maligno siguiéndola como su propia sombra, se encontraba en un laberinto sin salida y tenía un número tatuado en su frente: 3. De pronto dos manos blancas le cubrieron la boca y la arrastraron hasta un descampado. Mientras los payasos dormían, el domador miraba un partido de fútbol, los trapecistas pisaban tierra firme y se habían olvidado de su oficio de buenos observadores, el presentador contaba los billetes que le habían traído los monos y el león estaba sobre ella. ¡El león le había saltado encima e iba a mutilarla!

Un cuervo, dos cuervos, miles de cuervos. ¡Basta! Nunca más.


Alison Scarpulla.




Comentarios

Entradas populares de este blog

DÉTRUIS

DÍA 5: NANORRELATOS DE TERROR

SUBLINFERNAL