ANA

Ana.
(Mini capítulo de una pequeña novela escrita hace mucho tiempo atrás).


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Vemos a Ana sentada en un banco de plaza blanco, algo despintado. La observamos desde arriba, podemos ver su cabellera moviéndose suavemente por el viento, su nariz que parece un triángulo, sus manos cruzadas sobre sus rodillas. Vamos bajando hasta quedar frente a ella y dar con su rostro. Notamos su mirada perdida y un gesto de intranquilidad en la forma de sus cejas. Nos enfocamos en sus ojos y nos adentramos en sus pupilas, pasamos a través de ellas para luego cambiar de posición y ser la vista de Ana, ver lo que mira con cierto disgusto.
Se ve así misma parada en medio de una calle, tiene un vestido estampado de color azul marino con pequeñas flores, margaritas. A su lado pasan miles de personas en blanco y negro, todos corren en dirección opuesta. Ana se acomoda el cabello con tranquilidad detrás de la oreja y se queda quieta, quiere saber de qué huyen todos. A su alrededor los edificios se desploman uno por uno, causan un ruido particular (el de siempre, cuando tiene miedo) y desparraman vidrios y restos de ladrillos hacia la calle. Todo se cubre de polvo, le cuesta mucho respirar. Arriba el cielo está rojo, abajo todo oscuro, como si estuviera anocheciendo. Las personas sin rostros siguen pasando a su lado, la atropellan, pero no siente el golpe. Pronto van disminuyendo, dejan de ser 100 para ser 60, 40, 20, 5. Y finalmente, puede ver que hay más allá. 
Hay un bebé en el medio de la calle, entre los escombros. Una niña que no deja de llorar y su llanto se hace cada vez más fuerte, la aturde tanto que debe taparse las orejas con ambas manos. Entonces el sonido se detiene, las partículas de polvo danzan con lentitud. Ana va hacia la nena, la toma en sus brazos y al mirarla de cerca descubre que es ella misma. 
Ambas voltean y ven la gente alejándose, la oscuridad absorbiéndolas. La soledad. Un reino sobre ruinas. 
- ¡Papá! No te vayas. No te vayas ¡por favor!

Pero se fue, se fue para siempre.

Una puerta se cierra, la luz celeste de la cocina desaparece. Un ataúd es tapado. La sangre forma ríos rojos en la piel y lagunas sobre los mosaicos grises. “Yo los espanto, yo me espanto”.


Salimos del cuerpo de Ana, dejamos de ver con sus ojos para observarla a ella, que deja escapar una lágrima. Su rostro está sereno, sigue inmóvil, como ausente. Ana está azulgrisáceo y el día está hermoso, un sol de verano, viento de primavera, ni una nube en el cielo.


Zdzisław Beksínski.

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