SIARERÍ
Ana.
(Mini capítulo de una pequeña novela escrita hace mucho tiempo atrás).
6Siarerí
¿Qué fue lo que pasó ese día Ana?
Ese día había sol,
era una mañana fresca, no hacía tanto frío ni tanto calor y los medios son
buenos ¿sabías? no puede ser todo blanco o negro, los matices dan rienda suelta
a la imaginación, y ese día era un día increíble. Sin embargo, fue el big-bang
de este juego que llamamos dulcemente “Siarerí” pero otros llaman locura, enfermedad,
¡catástrofe!, ahí se desencadenó todo ¿o fue antes? (me cuesta recordar las
cosas que reprimo). Era a principio de septiembre, yo había llegado primera
como siempre. Todos los días era la primera de mi curso (¡y a veces de toda la
escuela!) en llegar a la institución, incluso en invierno, cuando el frío no te
deja salir de la cama, yo caminaba varias cuadras antes de que salga el sol
para ganarles a todos ¡todos se sorprendían de mi y eso me hacía feliz!
Entonces era puntual y correcta.
¿Pero que pasó ese día Ana? No podés ocultarte de mi, no podés ignorar
ni olvidar.
A eso voy a llegar
pronto, déjame contarlo a mi manera. Yo había llegado primera, y cuando tocaba
el timbre para ingresar al aula alguien preguntaba “¿quien llegó primero?”, “Ana,
llegó primera”, y yo me sentía feliz y admirada. Pero ese día nadie lo notó,
porque algo feo se avecinaba y los nervios eran más fuertes, nadie quería
hablar. Un silencio cortante reinaba el aula, algunos chicos se mordían las
uñas, otros temblaban e intentaban ocultarlo, también estaban esos seguros de
que sabían todo y no evidenciaban ansiedad.
El maestro entró con
total indiferencia al salón y saludó como siempre con un “buenos días chicos”
(buenos días eran para él, que se había levantado sin miedo), se sentó con suma
tranquilidad y nos recordó que teníamos lección, buscó con más paz que nunca el
nombre del maldito desafortunado, creando un momento interminable de suspenso.
Hasta que soltó un “Ana, pasá al frente”, y yo miraba a los demás buscando un
salvavidas, y yo recordaba lo estudiado en mi cabeza, y yo juntaba fuerzas para
dar la batalla a la ciencia represora y pensaba ganarla, hasta entonces. Igual
sabés que no soy buena recordando cosas que no me gustan, los números son
exactos, son blancos, no dan permiso a otras soluciones y yo no puedo
quererlos. De igual modo los había estudiado y pasé al frente recordando muchos
números en mi cabeza y muchas fórmulas. Entonces el profesor escribió un
ejercicio en el pizarrón y se sentó en su escritorio a observarme el trasero de
niña en desarrollo, porque él era muy respetable, un gran ejemplo de la
sociedad, pero tenía tantas fantasías en su cabeza de cristiano ¡y cuantas
tenía!
Tomé la espada y
comencé a salir de ese laberinto, iba hacia un lado, hacia otro y derrotaba miles
monstruos. Parecía encaminarme y estar cerca del final, pero solo estaba
trepando muros.
¿Lo hiciste mal Ana?
Si. Una y otra vez.
¿Y que pasó?
Y… yo miraba con
ojos vidriados a mi maestro pidiéndole que dejara de hacerme sufrir, que me
ayudara, me diera una pista de como resolverlo bien pero el ya no se entretenía
con fantasías y me miraba odiándome, mordía su labio inferior con enojo seguramente pensando en lo estúpida que era.
Ahora él tenía nariz
redonda y roja, dientes en punta y se reía detrás de su escritorio mientras yo
rascaba la tiza buscando calmar nervios. Se reía mientras mis manos
transpiraban y se pegaban al pizarrón dejando mis huellas. Se reía mientras mis
lágrimas corrían por mis mejillas. Yo lo miraba explicándole que papá me había
enseñado que la imaginación era más importante que los números exactos porque
era ilimitada. Y él se reía ¡no paraba de reírse! ¡me aturdía! ¡me presionaba!
¡me humillaba! A continuación, pasaba su gigantesca mano por su rostro y me
miraba con asco arqueando una ceja. “¿Qué haremos con vos Ana? Algo no funciona
bien, viniste fallada. Si no sabes esto estas perdida. ¿Qué haremos con vos
Ana? No podés pasar de año, no entiendo como pasaste preescolar si no sabes
eso... ¡sos una idiota Ana! ¡sos una idiota!”.
Reía.
Reía.
Reía.
¿No aprobaste la lección Ana?
No.
El payaso reía en mi
cara y yo recordaba su voz mientras iba a sentarme, su voz odiosa diciendo “sos
una idiota”, y los chicos ya no me decían “Ana llegó primera”, me cantaban “no
sabe, no sabe” mientras una oscuridad me invadía, y me perdía mirando el cielo
que ya no era soleado, de pronto se había vuelto gris y lluvioso, y el barro se
pegaba en mi piel ensuciándome por completo ¡tan sucia estaba! ¡marrón por
todos lados! ¡marrón en el guardapolvos blanco!
¿Por qué me ofreciste a mi ese día Ana? ¿qué hiciste cuando no pudiste
escapar de ese laberinto?
Yo... yo comencé a tenerle
miedo a los payasos y dejé de ser la primera en llegar a clases.
Además yo...
Yo me puse las orejas
de burro.
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| Zdzisław Beksínski. |

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