DÍA 2: ESCRIBIENDO A PARTIR DE LIBROS

Entre la rutina de cada día, la facultad, las lecturas obligadas, las lecturas deseadas, las películas y series. Entre todo ese remolino de cosas que debería hacer y las cosas que hago, me perdí hasta el punto de dejar de escribir tanto como lo hacía antes.
Por eso, me propuse volver a hacerlo regularmente pero en juegos. Escribir cosas más espontáneas y compartirlas, como hacíamos en el Taller Literario que daba Marta Rodríguez.❤
Así que cada semana, cada odioso lunes, voy a publicar cosas que escribí jugando. Acepto retos o propuestas.

Día 2:
Como lo había prometido, hoy lunes, publico un cuento que surgió a partir de un juego literario. El juego fue así:
1- Seleccioné una parte de un libro al azar: Darkness take my hand, de Dennis Lehane ♡. (Confieso que no fue realmente al azar, dado que es uno de mis libros favoritos del autor y justo estaba en mi ebook).
La frase seleccionada es la siguiente:

Le disparé en el cerebro cuando empezaba a rezar.

Antes, por lo general, cuando miraba a Kevin no veía nada; a lo sumo un gran vacío. Pero ahora me daba cuenta de que el tipo no es que no fuera nada, sino que lo era todo. Todo lo que apesta en este mundo. Kevin era las esvásticas, los campos de exterminio, los trabajos forzados, las alimañas y el fuego que caía del cielo. La nada de Kevin era, simplemente, una capacidad infinita de producir atrocidades inimaginables.

2- A partir de ese extracto pensé una historia y la escribí.

El cuento no fue releído, por lo que es probable que haya algún que otro error que prometo arreglar con más tiempo. 
Espero que la disfruten.



Escena de Unbreakable, de M. Night Shyamalan.



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Desde pequeño siempre me fue fácil establecer lazos hasta con las personas que peor me caían, supongo que tengo un talento innato para la actuación y la tolerancia. Jamás me hallé en problemas con nadie, todos me querían, desde el ñoño de la clase hasta el matón. Y eso hacía más sencilla todas las cosas, podía mantener el orden en mi clase aunque afuera fuera una selva.
Exequiel (el brabucón), un pendejo un pelo de cepillo y dientes cariados, aprendió a controlarse gracias a mí. Sabía que no podía molestar a nadie sin tener represalias conmigo. Yo lo odiaba, me caía realmente mal al principio, no podía entender cómo alguien que sufría tanto buscaba hacer sufrir a otros. Su padre lo cagaba a palos, era un hecho conocido en todo el pueblo, así que desde el jardín hasta segundo grado Exe se vengaba del maltrato recibido maltratando a otros en la escuela. Mi mejor amigo era Martín, el ñoño de la clase, solía ser miedoso y hablar demasiado pero conocía de comics, algo que nadie más compartía conmigo.
En cuanto llegamos a segundo grado me cansé de los abusos de Exe con él, los superhéroes tienen enemigos y buscan hacer el bien. Un día decidí invitar a toda la clase, menos a él, a jugar a casa. Exe se apareció sin invitación, llegó a mi patio y me empujó al grito de “¿por qué a mí no?”, yo respondí su violencia con violencia y le pegué una piña en la cara. Su rostro estaba rojo de furia y dolor, pero no se atrevió a responder aunque los demás nos habían rodeado al grito de “pelea, pelea, pelea”. Poco a poco el calor de su rostro se fue apagando, mi mirada de odio persistía. “No vas a golpear a nadie más”, le dije y sus ojos se clavaron en el piso. Silencio. “Podés jugar si querés de 9”. Y eso bastó para implantar paz en el grupo. Pronto Exe se sumó a nuestro grupo de lecturas de comics y descubrimos que podíamos querernos.
Pensé que toda la vida sería así, que las personas que conocías y tomabas como hijas de puta podías cambiarlas. Lograr el equilibrio del yingyang. Pero no, me había equivocado. Hay personas que nacen con maldad en su interior y cada año se corroen más, sobre todo si la crueldad está justificada en los grupos donde están inmersos.
Sólo una cosa se puede hacer con esas personas: desaparecerlas.
 Dr. Light; Green Arrow; Mr. Mxzyptlk. Todos muertos.
Mi sentido de justicia me llevó a ser policía, mi habilidad para simpatizar con cualquier me hizo escalar puestos. Podía despedir  a los corruptos, a los poco hábiles, podía encerrar a violadores y asesinos. Todo hasta que en el ’76 empezaron a meter presión los militares y teníamos que encerrar a pibes universitarios, docentes marxistas, a sus hijas, a sus novias. Busqué la forma de evitarlo hasta que llegó a controlar mi seccional Kevin.
Kevin era un sociópata capaz de trasmitir su perversión a quien se pusiera a su lado. Hablaba de las mejores formas para torturar, de lo fácil que son las chicas subversivas, de la guita se saca traficando bebés. No podías cambiar a alguien así, no podías perdonarlo. Cada vez que lo veía sentía nauseas difíciles de controlar, jamás me había costado mimetizarme a alguien hasta que lo conocí a él. Tuve que soportar las ganas de vomitar durante un mes y medio hasta que logré hacerme su “amigo”. Fui plantando la idea de que cazar animales requería más habilidad que humanos, lo fui convenciendo poco a poco que no había experiencia como cazar a la noche en medio del monte, iluminado sólo por la luz de la luna.
Yo tenía un campo a las afueras de Rosario, a 45 kilómetros. Mi padre había muerto y con él cualquier tipo de uso para aquel lugar. Ahí había pasado vacaciones, cazando tatus, patos, guazunchos. Había visto a mi padre carneando terneros, había sentido el olor de la sangre en la tierra, su viscosidad, las burbujas que emanaban del cuello del animal. Una rojo cobrizo que permanecía hasta las lluvias. No fue muy diferente con Kevin, a excepción de la satisfacción que me produjo.
El caso es que lo convencí de venir a cazar conmigo una fría noche agosto, en secreto, los demás no tenían el privilegio de recibir tal invitación y de compartir una amistad tan profunda. “No suelo invitar a nadie jamás, pero siento que vos entendés la magia del ritual. Así que no lo comentes mucho con los otros”, esa frase bastó.
Fuimos un lunes a finales de agosto. Primero lo invité a cenar algo a la parrilla y luego le convidé whisky, fue difícil hacerlo beber más de un vaso pero volví a convencerlo. Kevin se había tomado descuidadamente más de media botella, y hablaba sin parar de como los milicos estaban cambiando la Argentina, de como él estaba cambiando el país. Pura mierda. Ya medio borracho lo saqué a cazar, lo que Kevin no sabía era que él era la presa.
Había luna llena, un frío que helaba la cara y convertía cada palabra que decíamos en vapor. Se escuchaban un suindá a nuestras espaldas. Kevin caminaba un poco en zigzag, pero trataba de mantenerse correcto.
-          Cazar gente es más divertido- dijo riendo y esperando mi aprobación, yo lo miré molesto y seguí caminando- no está mal estar acá, pero me aburre. En cambio cuando seguís a una persona es otra cosa. Ya venís viendo qué cree, con quienes habla, donde se mete. El otro día seguimos a una parejita, la mina embarazada. Los levantamos, ya en la seccional 18 el pibe nos pedía que soltáramos a la novia, por supuesto que estos subversivos no saben nada de lo que valen los bebés. No paraba de lloriquear y decir que suelten a su novia, tenía esperanza en sus ojos, te das cuenta porque ves cuando la pierden.
Lo que menos quería era escuchar sus asquerosas hazañas, sus falsos momentos de gloria. Puto psicópata del infierno.
-          ¿Sabes cuando se le borró ese brillo? Cuando le dije qué íbamos a hacer con ella y su bebé. Siguió llorando y gritando como un puto animal herido, a la novia nos la cogimos entre varios y lo hicimos ver mientras el pobre diablo gritaba rugía. Al final el idiota nos rogaba otra vez que ella era inocente, que la dejaran ir. Me pudrió escucharlo, ni torturándolo cerraba el pico. ¿Sabés qué fue lo más irónico? El pibe era marxista ¿viste?, estaba en contra del estado y la iglesia. ¿A vos te parece que los que no creen en Dios rezan igual? Me dio asco escucharlo decir “padre nuestro, que estás…” Así que hice lo que tenía que hacer.
Le hice una señal de silencio y le señalé dos brillos unos metros más adelante. Mientras se agachaba para ponerse en una posición cómoda susurró el fin de su historia.
-  Le disparé en el cerebro cuando empezaba a rezar.
Antes, por lo general, cuando miraba a Kevin no veía nada; a lo sumo un gran vacío. Pero ahora me daba cuenta de que el tipo no es que no fuera nada, sino que lo era todo. Todo lo que apesta en este mundo. Kevin era las esvásticas, los campos de exterminio, los trabajos forzados, las alimañas y el fuego que caía del cielo. La nada de Kevin era, simplemente, una capacidad infinita de producir atrocidades inimaginables.
Ese horrible ser estaba agachado a mi lado, con un ojo puesto sobre la mira de la escopeta y la boca cerrada. Y a pesar de eso yo podía escucharlo contarme otra vez cómo se divertía violando chicas, matando pibes, persiguiendo gente. Mientras a lo lejos un ciervo se detenía intuyendo el peligro. Mientras Kevin llevaba el gatillo hacia atrás y tomaba aire por su fea nariz puntiaguda. Mientras yo escuchaba su voz en eco en mi cabeza y mi propia voz diciendo “ahora, mátalo”. Saqué más veloz que una bala mi propio revolver de atrás de mi cintura y le pegué un tiro en la sien.
El ciervo huyó y algunos pájaros que dormían en paz salieron volando despavoridos, excepto la lechuza, que volvió a chillar cuando reinó el silencio. El cuerpo de Kevin cayó hacia un costado. Tenía los ojos bien abiertos, a la luz de la luna su sangre parecía negra. La adrenalina corrió por mi cuerpo y tardé minutos en volver a pensar con seria consciencia.
Kevin había tenido razón en una sola cosa: cazar gente, sin dudas, es más divertido.





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