EL GIGANTE QUE SOÑABA CON MI CASA

"-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo". Casa tomada, de Julio Cortázar.

Fotografía de una casa que podría ser la de historia, al menos de la mía.




El gigante que soñaba con mi casa

Aquella noche mi familia y yo lamentamos habernos mudado de casa. Sobre todo mi hermano mayor, porque la historia que se había inventado para asustarme resultó ser cierta. 
Papá había comprado una casa antigua a un excelente precio. Estaba bastante descuidada pero, aún así, resultaba muy extraño el precio bajísimo con que la habían vendido. ¡Era una construcción gigantesca! Tenía cinco dormitorios, un living enorme, una biblioteca, cocina y comedor por separado. ¡Y nosotros sólo éramos cuatro para semejante caserón! Incluso nos habíamos instalado en la parte trasera, porque la otra estaba en remodelación, así que nos sobraba la mitad de la casa.
Nacho, mi hermano, andaba feliz porque ya no compartiríamos la pieza. Yo sentía lo opuesto. Cuando él me asustaba con cuentos del diablo, me consolaba saber que no estaba durmiendo solo. Además, si me despertaba gritando me dejaba dormir en su cama.
Tal vez por eso me costó mucho dormir en la primera noche. Además, me había acostado  enojado porque no me dejaron elegir mi propio cuarto (tuve que aceptar el que estaba más cerca del baño, para evitar accidentes). Aquella noche todo era muy raro: estaba en mi cama, con mis sábanas de Pokémon y mi oso Billy, pero no me sentía en casa. El olor a cemento fresco y a humedad juntos, que al principio me había gustado, ahora me ahogaba. Para peor, la ventana dejaba pasar la luz espectral de la luna llena a través de la cortina azul, cosa que me permitía ver un poco pero no lo suficiente como para no confundir una campera sobre una silla con un niño fantasma. ¡Y mi imaginación siempre se sobreponía!
Cuando por fin logré relajarme y me estaba durmiendo, algo me despabiló. Oí pasos sobre el viejo piso de madera. Me quedé inmóvil en posición fetal, contuve mi respiración y escuché atentamente. Tac, tac, tac. El sonido parecía cada vez más cerca de mi cama, cerré mis ojos con fuerza y rogué para que se termine todo. Entonces escuché algo arrastrándose debajo de mi cama hasta quedar del lado que estaba mirando. Abrí los ojos y miré el piso, allá abajo había un ojo putrefacto. Grité y salí corriendo desorientado, de la desesperación me choqué con el marco de la puerta y hasta tropecé con mis propios pies sin caer. Pero seguí corriendo hasta el cuarto de mis papás. Mamá se enojo porque la golpeé en el pecho en cuanto salté a la cama, pero, al ratito, siguió durmiendo tranquila. Yo me quedé quietito contra su cuerpo, silencioso y atento. Sentía su calor, su pecho latir, su respiración en mi oído derecho pero, aún no así, no podía sentirme seguro. Cada mínimo sonido me obligaba a abrir los ojos, así que dormí poco y muy mal.
Esa noche soñé con un hombre gigante que sufría un accidente de avión y moría en una isla paradisíaca. 
Al día siguiente me desperté solo. Al instante recordé lo que había pasado y corrí a buscar a mamá, que estaba limpiando la biblioteca. Le conté lo que sucedió y le rogué que fuera a mi pieza y, después de mucho insistir, logré convencerla. Entró primera, mientras yo la vigilaba desde la puerta. “No hay nada hijo”, me dijo observando el suelo. “Ahí, de ese lado de la cama mirá”, le respondí señalándole hacia la derecha. Mamá saltó sobre la cama y recogió algo con su mano derecha. “¿Esto?”, me dijo mostrándome el ojo humano. Yo instintivamente puse mis manos sobre mi rostro y, a los pocos segundos, espié separando un poco los dedos. El ojo resultó ser un pequeño ovillo de lana roja, desteñida y polvorienta.
Fui el chiste de la familia tooodo el día, pero nadie jamás se preguntó como esa cosa había aparecido ahí de la nada. ¡Yo no lo había agarrado! Y todas las cosas viejas que eran de la casa se habían puesto en cajas y se habían dejado en una de las habitaciones delanteras.
Esa noche, mamá se aseguró que durmiera en mi cama y se quedó conmigo hasta que me dormí. Por mala suerte, me desperté a la madrugada porque tenía muchas ganas de hacer pis. Me senté en la cama mientras me refregaba los ojos y juntaba valor para ponerme de pie y cuando estaba a punto de hacerlo me pareció ver a alguien atravesando el pasillo. “¿Papá?”, dije en un susurro casi sin voz (como ocurre en las pesadillas). Pero no hubo respuestas. Me quedé alerta, como un ciervo que intuye al cazador. Algo iba a ocurrir, lo presentía. Vigilé el pasillo por unos minutos, ya me estaba rindiendo cuando vi una sombra de dos metros saliendo del comedor. ¡El gigante de mis sueños estaba en casa! Cada paso que daba hacía vibrar mi cama. Entonces, recordé que mi hermano me había dicho que Goliath les arrancaba la cabeza a sus enemigos e imaginando mi cabeza desprendiéndose de mi cuello, me refugié rápidamente bajo las sábanas y me puse a rezar. Según la Tata, mi abuela, esa era la única forma de espantar a los demonios. Creo que recé como cinco “Ave Marías” hasta que por fin me quedé dormido. Al día siguiente, obviamente, me había hecho pis en la cama.
Mamá me sacó las sabanas, sacó el colchón al sol y se terminó el tema para ella. Pero papá me dio un sermón del tipo “ya sos grande para esto”. Nacho, en cambio, se burló de mí nuevamente durante todo el día. A la tardecita mamá entró el colchón y me estaba por preparar la cama cuando algo extraño ocurrió frente a sus propios ojos. Al abrir mi placard para sacar un nuevo juego de sábanas descubrió cientos de ovillos de todos los tamaños y colores ubicados entre mi ropa. ¡Eran tantos que hasta le cayeron encima cuando abrió las puertas!
En cuanto papá lo supo responsabilizó a mi hermano y lo castigó, aunque él juró que no lo había hecho. Mi madre sí le creyó y se puso a arrojar agua bendita en todas mis cosas, ¡hasta me hizo una cruz en la frente! Ella presentía que algo andaba mal. Al final, papá se enojó con todos porque quería que la casa fuera de nuestro agrado. Sucede que la había comprado con el ahorro de once años de trabajo y, ¡por fin!, habíamos logrado irnos de lo de la abuela. De la bronca, se puso a juntar la lana solo y no dejó que nadie lo ayude. Llenó dos cajas, las cerró con cinta y las llevó a la piecita de adelante.
Al regresar, la puerta que conectaba nuestras habitaciones con la cocina y el resto de la casa deshabitada se cerró de un portazo. Con mamá lo vimos desde mi cuarto. Papá venía mirando el suelo, cuando apenas atravesó el portal la puerta de roble se azotó detrás de él. Obviamente, para él no había sido nada paranormal, se dio vuelta y trató de abrirla, más enojado aún porque no podía. Después de varios intentos se resignó y nos dijo que la llave de la puerta delantera estaba puesta, así que iba a tener que llamar a un cerrajero. Todavía no nos habían conectado el teléfono, por lo que tuvo que salir a buscar unas cabinas telefónicas.
Mamá, aprovechando su escapada, comenzó a arrojar agua bendita en todo ese lado de la casa.mientras rezaba padres nuestros, ave marías y cualquier otra oración que se le venía a la cabeza.Obviamente dejó de hacerlo en cuanto vio llegar a papá porque sabía que él se enfurecería aún más. ¡Y tuvo razón! Papá andaba más cabreado porque el cerrajeo vendría a la mañana siguiente.  
Esa noche dormí con Nacho que al principio no quiso saber nada porque tenía miedo de que me hiciera pis en su cama, pero terminó dejándome cuando vio que estaba a punto de llorar. En sueños volví a ver al gigante, pero esta vez vomitaba tiernos conejitos blancos. Me desperté sudado. Tenía muchísimo calor y me molestaba sentir la ropa toda mojada, así que me destapé un poco y, extrañamente, me quedé tranquilo esperando volver a dormirme. Escuchaba los grillos y las chicharras en el patio, tan tarde seguro no era porque las chicharras se callan antes de la medianoche. A lo lejos, sentía la respiración profunda de papá y los ronquidos de mamá. Creo que estaba por dormirme nuevamente cuando comencé a escuchar algo que discordante. Un murmullo. Me cubrí con la sábana rápidamente, a pesar del calor, y afiné el oído. Grillos, chicharra, ronquidos, el ventilador y… una canción de cuna.
Cuando lo noté comencé a sacudir a Nacho. “Despertate, por favor”, le susurraba desesperado. Mi hermano daba manotazos y me decía, de forma casi inentendible, que no lo molestara. Hasta que, finalmente, se despertó del enojo y se sentó en la cama. “¿Qué te pasa ahora, Feli?”, dijo irritado. Yo le hice una señal de silencio. Nacho arrugó su frente, lo podía ver bien porque la luz de la calle entraba por su ventana. A los segundos abrió grande sus ojos y se bajó de la cama. “No vayas”, le rogué por lo bajo. Pero no me hizo caso y caminó hasta la puerta, desde allí miró al pasillo. Yo realmente admiraba su valentía, me hacía preguntarme: ¿cuándo dejamos de sentir miedo? Luego se dio vuelta y me hizo señas para que fuera con él. Yo me negaba a salir de la cama. “Vamos a despertar a mamá”, insistió. Corrí hasta él en puntitas de pie y fuimos al cuarto de enfrente. 
Desesperados, pero susurrando, despertamos a mi madre. Ella, apenas alcanzó a percibir la canción, comenzó a sacudir desesperada a papá, que sin respondernos se levantó y caminó hasta la puerta de roble. Nosotros lo seguimos en fila india. Ya no se oía nada. “¿Pueden dejar de asustar a mi familia?”, gritó con tono irónico. Silencio. Se dio vuelta con cara de pocos amigos y estaba a punto de decirnos algo cuando del otro lado se oyeron golpes. 
Se separó dos pasos de la puerta y se quedó mirándola, como si pudiera atravesar la madera y saber qué ocurría del otro lado, luego salió corriendo al patio. Mamá buscó su botellita de agua sagrada y comenzó a rezar en voz alta mientras arrojaba el líquido contra la puerta. Yo comencé a llorar, la poca seguridad que podía sentir se perdió cuando me di cuenta de que papá también estaba asustado.
Él buscó un martillo y comenzó a golpear el picaporte una y otra vez. Del otro lado se oía más quilombo. Cuando por fin logró romperlo, apoyó una mano en la puerta y la empujó lentamente mientras que con la otra levantaba el martillo. Fueron lo segundos más largos de mi vida.
Del otro lado, dos figuras negras a contraluz (una de un hombre gigantesco y otra de una mujer) cerraban la cancel. El gigante nos observó mientras la abertura se hacía más pequeña y más pequeña hasta desaparecer. Papá salió corriendo hasta ellos e intentó abrir la puerta pero había sido trabada del otro lado. A toda velocidad atravesó el pasillo hasta llegar al patio y dio vuelta la casa para enfrentarlos. Mientras mamá nos abrazaba a Nacho y mí con muchísima fuerza.
Jamás vi a papá tan confundido, cuando volvió estaba pálido y no sabía qué decir, ¡no le salían las palabras! La puerta delantera también estaba trabada y no había señales de los intrusos. Al día siguiente descubrimos el único rastro de ellos que había quedado: un ovillo de lana casi deshecho que iba desde el living hasta el zaguán.



El plano de mi casa tomada.



Comentarios

Entradas populares de este blog

DÍA 6: HISTORIAS DE LA CALLE

DÍA 3: JUEGO DADÁ

SOYONS CRUELS (o poemas de odio)